Dankalos y El ultimo baluarte de la esclavitud.

Van recorriendo vastas regiones tribus nómadas que no logran saciar su hambre, que viven de un puñado de “ dura » cruda y de un poco de la leche de sus flacas cabras. Cuando se les acaba la “ dura «, matan a las cabras y se las comen, después se aprietan el cinto, en espera de la muerte.

Simplemente inhumanas son las consecuencias de esta miseria material, de este hambre secular, “ Los hombres del desierto, escribe Rebeaud, se hallan en estado de guerra permanente. La guerra es una necesidad cotidiana. En un país semejante el mínimo aumento de población tiene un solo significado : el hambre. Cada niño que nace tiene que hacer desaparecer a un hombre. El que mata en la tribu vecina aumenta las posibilidades de vida enla propia.

No exagero y doy las pruebas de lo que digo. La costumbre de estas regiones, especialmente en el desierto sómalo, establece que un joven, para tener el derecho de casarse, debe haber matado por lo menos a un hombre. He indagado las razones de esto, y se me ha contestado, con la mayor sencillez: Hay demasiadas familias. Para fundar una familia nueva, es preciso, en primer lugar, hacer desaparecer otra vieja.»

Las mismas observaciones hizo el doctor Collombet. “ Con frecuencia se ven en las aldeas sómalas guerreros que ostentan en el brazo brazaletes de cobre o de plata. Cada uno de estos adornos representa un hombre muerto o asesinado. Un somalí se gloriará siempre de haber matado niños, mujeres, viejos, individuos indefensos ajenos a su tribu. Los jóvenes deseosos de casarse encontrarán con mayor facilidad una novia cuanto mayor sea el número de los asesinatos que hayan cometido.En este país el asesinato voluntario y premeditado está elevado al grado de institución».

Este estado de guerra permanente perpetúa y agrava usos crueles, costumbres repugnantes, que nuestra mentalidad no logra ni siquiera concebir o querría confinar en elmundo de lo fabuloso. En cambio, pertenecen al mundo de la exploración y de la ciencia. He aquí la atestiguación de un famoso explorador, Wilfred Thesiger. Hijo de un empleado de la legación británica en Abisinia, dedica a ese país un interés hereditario. En el invierno 1933-34 realizó una excursión en el país de Aussa, entre los Dankalos, en busca del misterioso río Auash, del cual se sabe que no llega al mar.

En una conferencia pronunciada en la Real Sociedad Geográfica de Londres, y publicada en el Geographical Journal de enero de 1935, Thesiger narra las vicisitudes de su expedición, dándonos un cuadro tanto más impresionante, en cuanto se presenta muy medido y sereno, de las condiciones ultra bárbaras que reinan en algunas zonas de la Abisinia, y en las que el gobierno de Addis Abeba no ha introducido el más mínimo tono de vida civilizada.

El explorador pone eficazmente de relieve la naturaleza de estas poblaciones dankalas y el género de vida que llevan :« La gran ambición de todo dankalo consiste en reunir mayor número de trofeos que su vecino. Castran, siempre, a los muertos, a los moribundos y a los prisioneros. No hay peligro de exagerar la importancia que los dankalos atribuyen a esta práctica de guerra. Se llevan a cabo expediciones con el solo objeto de reunir trofeos, pues la posición de un hombre en la tribu depende únicamente del número de sus trofeos.

Cuando un dankalo ha llegado a tener diez trofeos, se  ha ganado el derecho de llevar un brazalete de hierro. Un complicado sistema de condecoraciones revela sus hazañas a los contemporáneos y una fila de piedras ante su sepulcro trasmite su fama a la posteridad.« El método más usado para registrar los homicidios es el de colgar del puñal o del fusil un pedazo de cuero, envuelto en lata, por cada trofeo.

Nadie puede ostentar una cintura de colores, ni peine en los cabellos, ni puede decorar su puñal hasta que no haya matado por lo menos a un enemigo. Cuando haya matado dos, podrá perforarse las orejas. Para ser exacto, yo no he visto que ninguno llevara los testículos de sus víctimas colgados al cuello, como Nesbitt asegura que acostumbran hacer. Ellos niegan esta costumbre. Y no creo que la nieguen por pudor, dado que no tienen dificultad en reconocer que son capaces de despanzurrar a una mujer encinta para mutilar al hijo que lleva en el vientre. Pero los he visto llevar en torno de los pulsos los testículos de los animales muertos por ellos. Se persignan en la frente con la sangre de un animal degollado. Probablemente hacen lo mismo con la sangre humana ».

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