Pocas frases son más rentables para un restaurante que esta: «Bill Clinton ha comido aquí». Por alguna razón, el 42º presidente de Estados Unidos se ha convertido en un árbitro del buen comer internacional, y basta con que se presente en un sitio para que este obtenga una especie de estrella Michelin extraoficial.

La visita de Clinton ha dado un buen empujón a sitios como Il Mulino, en Manhattan y Georgia Brown’s, en Washington. Pero cuando se trata de Bill Clinton y los restaurantes en el extranjero, las ventajas son todavía mayores. Encargados y propietarios desde Pekin hasta Islandia, aseguran que una aparición de Clinton puede cambiarlo todo y hacer que salte a la fama un recóndito restaurante o consolidar la reputación de sitios muy conocidos. Y lo mejor de todo es que esta impronta parece durar años.
«Anoche vinieron 25 personas de Suecia», comentaba Detlef Obermuller, propietario del Gugelhof, un restaurante de Berlín que sirvió a Clinton y al canciller Gerhard Schröder en el año 2000. «Le pregunté a una mujer por qué conocían el sitio y sacó un recorte de periódico del bolsillo. No entiendo sueco, pero me contó que era porque Bill Clinton había comido aquí. Y eso fue hace 10 años».
Cuando Clinton va a un restaurante, todo el mundo se entera. Douglas Band, un ayudante que viaja con Clinton, afirma que su jefe siempre se presenta a todos los comensales, así como a todos los camareros y a los cocineros. Siempre posa para las fotos y firma los libros de visita. Y alguien de su equipo envía una nota de agradecimiento unos días después.
Lo irónico de esta situación es que Clinton rara vez elige los restaurantes, por lo general la idea de ir a un restaurante proviene de un miembro del equipo que se encarga de los viajes de Clinton, y que suele preguntar a los conserjes.
La buena suerte desempeña un papel destacado en la lotería de restaurantes internacionales de Bill Clinton. Él contribuyó a que un puesto de perritos calientes de Reikiavik llamado Baejarins Beztu Pylsur saltara a la fama mundial después de hacer una parada allí durante una visita a Islandia en 2004. Pero el expresidente estuvo a punto de pasar de largo.
«Una mujer mayor que lleva 30 años trabajando para mí vio a Clinton y le gritó que se parara y probara uno de nuestros perritos calientes», comenta Gudrun Kristmundottir, el propietario del puesto. «Y lo hizo».
Al día siguiente, recibieron llamadas de periodistas de televisión y prensa de todo el mundo. Inevitablemente, la parada de Clinton dejó huella.
Fuente: The New York Times





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