PROFESIONES DE LOS PAPALAGI Y LAS CONFUSIONES QUE DE ELLAS RESULTA
Cada Papalagi tiene una profesión. Es difícil decir exactamente lo que esto significa. Es algo para lo que se debe tener un gran apetito, pero parece ser que la mayor parte del tiempo falta. Tener la profesión significa hacer siempre las mismas cosas. Hacerlas tan a menudo que incluso podrías hacerlas con los ojos cerrados y sin esfuerzo alguno. Si mis manos no hicieran nada más que construir cabañas o tejer esteras, entonces mi profesión sería la de constructor de cabañas o tejedor de esteras.
Hay profesiones masculinas y femeninas. Lavar taparrabos en la laguna y abrillantar las pieles de los pies son profesiones femeninas; navegar en un barco por el mar y disparar a los pichones en el bosque son profesiones masculinas. Las mujeres generalmente abandonan sus profesiones cuando se casan, pero es realmente entonces cuando el hombre emprende la suya. Un alii otorga sólo su hija a un pretendiente que esté preparado para su profesión. Es norma que todo hombre blanco tenga su profesión.
Es por ello por lo que cada Papalagi tiene que escoger una profesión para el resto de su vida, al mismo tiempo que se le aplican sus tatuajes de pubertad. Ésta es una ocasión muy importante y una aiga le dedica tanto tiempo como a qué comer el día siguiente. Si por ejemplo escoge la profesión de tejedor de esteras, un alii lleva al chico a un hombre que no hace otra cosa que tejer esteras. Este hombre debe mostrar al muchacho cómo tejer esteras, enseñarle a tejer esa estera del mismo modo que él lo hace, sin mirar. A menudo el aprendizaje toma largo tiempo, pero cuan do lo domina deja al hombre y la gente dice que ya sabe un oficio.
El Papalagi tiene tantas profesiones como piedras hay en la laguna. Todo lo que hace lo convierte en una profesión. Cuando alguien recolecta las hojas del árbol, ejerce una profesión. Cuando alguien lava los cuencos de la comida, ejerce una profesión. Todo lo que hacen, con sus manos o con sus cabezas, lo llaman profesión. Es también una profesión el tener pensamiento y el mirar a las estrellas. Realmente no hay nada que un hombre pueda hacer que no sea convertido en profesión por los Papalagi.
Si un hombre dice que él es un tussi-tussil, entonces eso es ya una profesión. No hace nada más que escribir una carta tras otra. Él no cuelga su estera de dormir de las vigas del techo. No va a su choza-cocina para freírse él mismo algunas frutas y no se limpia sus utensilios de comer. Come pescado, pero nunca sale a pescárselo. Come fruta, pero nunca la arranca él mismo del árbol. Sin embargo, escribe una carta tras otra, porque resulta que su trabajo es el de tussi-tussi. Todas estas acciones son profesiones: llevar los utensilios de comer, coger peces y recoger fruta. Y sólo aquellos que ostentan esa profesión están cualificados para ejercerla.
Resulta que los Papalagi pueden únicamente hacer su propio trabajo y ni siquiera el jefe, que posee mucha sabiduría en su cabeza y fuerza en sus brazos, puede subir su envuelve-cama de las vigas ni lavar él mismo los utensilios de comer. Y ocurre también que el hombre que puede escribir una fantástica tussi no es necesariamente capaz de navegar en una canoa, y viceversa. Tener una profesión significa sólo andar, sólo degustar, sólo oler, sólo luchar; siempre conocer una sola cosa.
Ese saber-sólo-una-cosa es un grave peligro y una imitación, porque puede llegar un tiempo en que nadie sea capaz de remar una canoa a través de la laguna.
El Gran Espíritu nos ha dado manos para coger los frutos de los árboles, o para arrancar las raíces de taro de la ciénaga. Las hemos recibido para defender nuestros cuerpos contra nuestros enemigos y para darnos placer cuando tocamos, bailamos o en otros alborozos. Pero no las obtuvimos solamente para desgajar fruta de los árboles o para desenterrar raíces. Ellas deben ser nuestros criados y nuestros soldados todo el tiempo.
Pero los Papalagi no lo entienden. Nosotros podemos ver claramente que su modo de vida es equivocado y que está en claro desacuerdo con los deseos del Gran Espíritu, porque hay gente blanca que ya no puede caminar y que acumula grasa en la parte más baja de sus ancas, como los cerdos. Viéndose forzados por su profesión a estar sentados todo el tiempo, no pueden ya levantar ni tirar una lanza, porque sus manos pueden únicamente sostener el hueso-que-escribe y ellos están siempre sentados en la sombra, escribiendo tussi. Han llegado a ser incapaces de domar ponis salvajes, porque siempre están mirando a las estrellas o desentrañando sus propios sentimientos.
Sólo uno pocos Papalagi pueden todavía correr y saltar como niños, después de haber crecido. Cuando caminan arrastran los pies y se mueven como si continuamente estuviesen cargados. Niegan y ocultan su debilidad diciendo que correr, retozar y saltar está por debajo de la dignidad de un hombre con orgullo. Pero esto es hipocresía; como sus huesos se han endurecido y se han vuelto quebradizos, la felicidad ha abandonado sus músculos, porque están condenados a muerte por su trabajo. La profesión también es un aitu que destruye la vida; un aitu que murmura promesas dulces a los oídos de la gente y al mismo tiempo les chupa la sangre de sus cuerpos.
Las profesiones también hieren a los Papalagi en otro sentido y cada vez se distinguen más y más como aitus.
Por ejemplo, es grande construir una cabaña, cortar los árboles y convertirlos en tablones, levantar las maderas, cubrirlas con el tejado y, finalmente, cuando los tablones y las vigas del techo están fuertemente atadas unas a otras con fibras de coco, cubrirlo todo con hojas secas y cañas de azúcar. No tengo que deciros que es una gran alegría cuando un pueblo construye una nueva cabaña para su jefe, compartiendo la alegría también mujeres y niños.
Pero, ¿y si solamente se permitiese a unos pocos de nosotros ir al bosque a talar los árboles y a cortarlos en tablones? ¿Y si a aquéllos pocos se les prohibiera asistir al levantamiento de las maderas, porque su trabajo sólo es derribar árboles y cortar tablones? ¿Y si a la otra gente que ha levantado las maderas no se le permitiera asistir al entramado del techo porque su trabajo es sólo de instalador de maderas? ¿Y si a los hombres que han tejido los tejados no se les permitiera asistir a la colocación de las cañas de azúcar, porque tejedor de esteras es su profesión? ¿Y si a ninguno de ellos se les permitiera recoger de la playa los guijarros usados para el endurecimiento del suelo, porque ese sería el trabajo de aquellos cuya profesión es recolector de guijarros? ¿Y si sólo aquéllos que van a habitar la casa tomaran parte en las festividades de inauguración y todos los que han ayudado a construirla, no?
Os reís y con certeza diréis: si no se nos permitiera ayudar en todas las cosas que requieren nuestra fuerza masculina, la mitad de la diversión se habría ido; media diversión no ¡toda la diversión! Y él, que nos esperaba para usar nuestras manos para un único propósito, nos esperaba para hacer como si todos esos que han ayudado a construirla, no?
Os reís y con certeza diréis: si no se nos permitiera ayudar en todas las cosas que requieren nuestra fuerza masculina, la mitad de la diversión se habría ido; media diversión no, ¡toda la diversión! Y él, que nos esperaba para usar nuestras manos para un único propósito, nos esperaría para hacer como si todos nuestros miembros y nuestros sentidos estuvieran paralizados o muertos.
Ésta es la razón de la amargura de los Papalagi. Algunas veces es estupendo ir a buscar el agua de la ría, puede ser incluso agradable hacerlo un par de veces. Pero si debes transportar el agua de la salida a la puesta del sol, día tras día, cada hora hasta que falla tu fuerza, trayendo y trayendo, al final tirarás tu cubo con ira, amargado por la esclavitud de tu cuerpo. Porque no hay nada tan duro para un hombre como hacer la misma cosa una y otra vez.
Pero hay Papalagi para los que ir a buscar agua de pozo día tras día sería un motivo de alegría; hay unos que no hacen otra cosa que levantar sus manos y dejarlas caer otra vez, o llevar un palo, y tienen que hacer eso en un lugar mugriento donde ni siquiera el sol ni el aire fresco pueden penetrar, y ellos no hacen nada que requiera su fuerza o les reporte felicidad. Considerando la forma de pensar de los Papalagi, levantar tu mano y empuñar bastones es muy importante, porque quizás de ese modo pones la máquina en marcha o le das órdenes; ponla en marcha y así hace aros de yeso y escudos para el pecho, fabrica pantalones-vaina o algo parecido. Hay más gente en Europa con el rostro gris ceniza que árboles hay en nuestras islas. Porque no obtienen ningún placer de su trabajo, porque su trabajo se come toda su alegría y porque nunca hacen nada por su propio gusto, ni siquiera una hoja, no importa cuánto tiempo trabajen. Por eso un odio latente anida en el interior de la gente con profesión. Algo vive reprimido dentro de sus corazones, como un animal encadenado, rebelándose pero todavía incapaz de liberarse. Llenos de odio y envidia miran y comparan los trabajos de los otros entre sí. La gente habla sobre trabajos de clase más baja y más alta, aunque todos los oficios fuerzan a la gente a hacer sólo medio trabajo. Un ser humano no es sólo una mano, un pie, o una pierna, sino que es todo junto… Únicamente cuando todos los sentidos y todos los miembros trabajan juntos, puede el corazón de un hombre ser feliz y estar saludable, y no cuando se permite vivir únicamente a una parte y el resto de él tiene que hacerse el muerto. Esto engendra gente enferma y desesperada.
Los Papalagi viven en confusión con sus profesiones. Ellos no se dan cuenta de eso y en caso de que me oyeran hablar de este modo, seguramente me llamarían loco, porque yo habría juzgado sin haber tenido una profesión o haber trabajado un solo día como trabaja un europeo.
Pero esos Papalagi nunca han sido capaces de explicarnos o hacernos entender por qué debemos hacer más trabajo del que Dios nos pide para satisfacer nuestra hambre y proporcionarnos un tejado sobre nuestras cabezas, y para el disfrute de una fiesta y sus preparativos en la plaza del pueblo. Nuestras ocupaciones pueden parecer diminutas y carentes de las habilidades de un oficio, pero cada hombre de verdad y hermano de la isla hace su trabajo alegremente, y nunca con tristeza. Para eso preferiría no trabajar en absoluto. Esto es lo que nos distingue de los Papalagi. El hombre blanco suspira cuando habla sobre su trabajo, como si estuviera siendo aplastado por su peso; sin embargo nuestros jóvenes caminan a los campos de taro cantando, y con una canción lavan las doncellas los taparrabos en el rápido arroyo. Con certeza el Gran Espíritu no nos desea con cabellos grises como resultado de algún trabajo, ni nos quiere arrastrándonos como una babosa de mar en la laguna, o como un sapo en la tierra. Nos quiere haciendo nuestras cosas orgullosos y erguidos, y que seamos gente de ojos felices y miembros flexibles. Siempre.
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