Barcelona, una ciudad vendida al turismo.

 

Deriva.

En tiempos de crisis, falta de liderazgo y dominio de lo económico, nos queda sumergirnos en la realidad y el mundo de la vida, Y si salimos a la calle, en Barcelona, nos encontramos con una ciudad vendida al turismo. Más que comercios de proximidad, negocios de cara al turismo. De los grandes y pequeños especuladores, que hincharon la burbuja inmobiliaria, hemos pasado a los negociantes que alquilan sus pisos por días, haciendo competencia desleal al sector hotelero.

En Cataluña se estima que hay un millón de camas en alojamientos no reglados frente a 600.000 plazas legales. El fenómeno de los pisos turísticos expulsa vecinos y amarga la vida y el sueño a los que les toca al lado. Mientras estos especuladores compiten con los hoteleros, algunos hoteleros de la ciudad no están de acuerdo en cambiar el Plan de Usos de Ciutat Vella y abrir más hoteles de operadores internacionales que colapsarán el mercado. Dueños de pisos turísticos, hoteleros responsables con los valores de la ciudad y nuevos inversores pugnan sobre cómo sacarle el máximo rendimiento a la gallina de los huevos de oro.

Y vemos vecinos resistiendo a la gentrificación, un mal de las ciudades angloamericanas que, como sea, quieren implantarnos: tolerando los apartamentos turísticos u obligando el Ayuntamiento a hacer reformas en los miles de edificios antiguos, impagables para muchos inquilinos. Sin haber implementado legal, técnica y financieramente una política de rehabilitación, nos quieren las calles llenas de andamios en la ciudad escaparate, cada vez más escasa de vecinos, comparsas en extinción.

Realmente, el mundo no es un parque temático, tal como nos quieren hacer creer. Hay gente que pasa hambre y que ha sido desahuciada de su hogar: colas en las parroquias que reparten comida; llenos los comedores sociales; Arrels, Cáritas y todas las ONGs trabajando a tope. Y hay personas que se han acercado a una manifestación y han perdido el bazo o un ojo. En el parque temático, la vida no es diversión continua, como se aparenta para los turistas, sino que va en serio.

El habitante de siempre o el inmigrante poco pueden hacer ante los privilegios financieros de algunas mafias, que acaparan locales y desertizan la calle. El parque temático tiene un precio y lo pagan los que sobreviven en los barrios turistizados; y no se paga con la tasa turística, que revierte en la Fórmula I y en publicidad para hacer a Barcelona más destino de deseo, con más despedidas de soltero, cruceros, congresos y celebraciones de empresas. Y es que en este desierto administrativo de ideas, se nos quiere hacer creer que el mejor negocio con la ciudad es venderla al mejor postor, más que seguir invirtiendo en un patrimonio físico, paisajístico y social construido con décadas de esfuerzo.

Manifestaciones cada día, contra lo recortes en todos los sectores; mareas de muchos colores. Acciones cada semana contra sacrificar el Port Vell, la Barceloneta, Ciutat Vella, Poble Sec, la Sagrada Familia, el Parc Güell y todo lo que el turismo se vaya a llevar por delante. Aún hay vecinos y vecinas, quizás una minoría, que quieren a su barrio y su gente. Y uno se pregunta ¿cuánto aguantará la capacidad de carga de la ciudad? Pero enseguida nos damos cuenta de que es una pregunta retórica: la realidad nos muestra que será hasta que no de para más, hasta que reviente. Entonces será cuando volveremos a pensar; y esperemos que no sea demasiado tarde.

Y si salimos de Barcelona, parece que, a pesar de sus problemas, en algunas ciudades hay mayor equilibrio y una gran vitalidad social y cultural: Reus, Granollers, Olot, Figueras… Y entonces nos preguntamos, ¿por qué, con tanto paro y marginación, no hay saqueos y disturbios como ya ha sucedido en en Francia, en Londres, en Estocolmo? Posiblemente sea gracias a una estructura territorial bien trabada, a unas redes sociales en las que sobresale la solidaridad, a que aún no tenemos guetos ni estamos gentrificados, a una Ley de Barrios del tripartito que mitigó los enclaves más explosivos. Y de nuevo uno se pregunta ¿hasta cuándo aguantarán los jóvenes como civilizados indignados? ¿Vamos a hacer algo para que consigan un lugar en esta sociedad en transformación o les vamos a ayudar a hacer las maletas?

Autor: Josep Maria Montaner, es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC

Fuente: El País.

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