RB: Leí Winesburg, Ohio cuando tenía veinticuatro años. Pensé “Oh, Dios, si algún día pudiera escribir un libro como Winesburg, Ohio… ¡pero poniéndolo en Marte!”. Con todos los personajes de Winesburg, Ohio allá en Marte”. Así que tomé algunas notas, y escribí un título, y algunos personajes, y después lo dejé y me olvidé. No hice nada con eso.
Durante los siguientes cinco años escribí una serie de relatos sobre Marte, todos separados. Cuando cumplí veintisiete años, me casé. Mi esposa hizo un voto de pobreza al casarse conmigo [risas]. Teníamos ocho dólares en el banco el día del casamiento. Puse cinco en un sobre y se lo dí al cura. Me dijo “¿Qué es esto?”. “Es su paga, por la ceremonia de hoy”. Dijo: “¿Eres un escritor, verdad?”. Dije “sí”. Y el dijo: “toma, lo vas a necesitar”, y me devolvió el sobre. ¡Y yo lo acepté! [risas]. Mucho más tarde, cuando gané algo de dinero, le extendí un cheque decente.
En los siguientes tres años, escribí más y más historias marcianas, sin saber hacia dónde iba. De repente mi mujer quedó embarazada… Ella tenía un buen trabajo en [¿?], ganaba cuarenta dólares a la semana. Yo ganaba cuarenta dólares semanales sólo cuando tenía suerte, cuando las historias se vendían. Esto me asustó muchísimo: de repente yo tenía que ser el proveedor de la familia, porque teníamos un bebé en camino.
Norman Corwin —el gran Norman Corwin, el más grande guionista de radio, productor y director de la historia—, un gran amigo mío, me dijo: “Ray, tienes que ir a Nueva York. Tienes que hacer que los editores te vean, que sepan que existes. Tienes mucho escrito, pero ellos no saben que estás en el mundo. Mira, voy a estar en Nueva York en junio con Katie, mi esposa. Ven, nosotros te respaldaremos, te mostraremos Nueva York y te presentaremos a algunas personas”.
Así que fui a Nueva York. Tenía veintinueve años de edad y cuarenta dólares en el banco. Llevaba una pila de cuentos en el ómnibus de la Greyhound. No podía pagarme otra manera de ir. ¿Alguna vez han viajado en un Greyhound hacia Nueva York durante cuatro días y cuatro noches? Bueno, no lo hagan [risas]. Especialmente hace cincuenta años, cuando no tenían aire acondicionado ni baños. El conductor tenía que parar cada dos horas. Corrías a los baños de una estación de servicio y luego corrías de vuelta antes de que se te escapara el maldito ómnibus.
Llegué a Nueva York. Me alojé en la YMCA, pagaba seis dólares a la semana: así de pobre era yo. Me encontré con todos los editores, y todos me decían: “¿No tienes una novela?”. “No, yo soy un velocista, escribo cuentos”. “Bueno, no publicamos cuentos. No se venden”.
Ya estaba listo para volver a casa vencido, pero esa última noche tenía una cena con Walter Bradbury —ninguna relación conmigo—, de la editorial Doubleday. Durante la cena, me dijo: “Ray, ¿qué hay de todas esas historias marcianas que has estado escribiendo? ¿Qué pasaría si las hilaras todas juntas en un tapiz, y lo llamaras Crónicas marcianas? ¿Crees que podrías hacer eso?”. Y yo pensé: ¡Dios mío! Winesburg, Ohio. Winesburg, Ohio… Ya lo había hecho, pero entonces no sabía que lo estaba haciendo.
Me dijo: “Hagamos lo siguiente: escribe un bosquejo del libro esta noche, tráemelo a la oficina mañana y, si me gusta, te daré un adelanto de setecientos cincuenta dólares”.
Pasé despierto toda la noche en la YMCA, escribí el bosquejo para Crónicas marcianas, se lo llevé a Bradbury al día siguiente y él dijo: “Listo. Aquí tienes, setecientos cincuenta dólares. ¿Tienes más material con el que podamos hacerle creer a la gente que está leyendo una novela?” [risas].
Le contesté: “bueno, tengo un cuento sobre un hombre que tiene su cuerpo cubierto de tatuajes, y en medio de la noche, cuando transpira, los tatuajes cobran vida, y cada uno cuenta otra historia”. Y él dijo: “Aquí tienes otros setecientos cincuenta” [risas]. Así que en un solo día vendí Crónicas marcianas y El hombre ilustrado. Sin saber lo que estaba haciendo.
¿Se dan cuenta? ¡Sorpresa! No sabes qué hay dentro de ti hasta que lo pones a prueba. Has estado escribiendo conscientemente, intelectualmente, durante demasiado tiempo. El material más profundo, tu verdadero yo, no ha tenido tiempo de aflorar. Has estado demasiado tiempo pensando comercialmente —qué es lo que vende, y ahora qué voy a hacer— en lugar de preguntarte: “¿Quién soy yo? ¿Cómo me descubriré a mí mismo?”.
Ray Bradbury
Conferencia, The Sixth Annual Writer’s Symposium by the Sea,
Point Loma Nazarene University, 22 de febrero de 2001 [min. 30:43 – 35:48].
Traducción: Martín Cristal.
Fuente: El pez volador