Cuando en el año 2005, el Dr. Juan Gabriel Ledezma Acevedo era un estudiante de medicina, concibió una idea que ganó varios premios. Se trata de un dispositivo colector de orina que ofrece una mejor alternativa a los existentes en el mercado. La incontinencia urinaria masculina afecta a casi la mitad de los hombres mayores de 50 años y al 85% de los mayores de 75 años.
Este invento logró el primer lugar del Proyecto Social Innovador de 2009 otorgado por la Vicerrectoría de la Investigación de la Universidad de Costa Rica (UCR). En el 2011, se patentó en el Registro Nacional de la Propiedad como Patente Innovadora de Diseño de Dispositivo Médico.
Como se aprecia en el siguiente dibujo, el invento consiste en un colector de orina fijado por un arnés a la cintura de hombres con incontinencia urinaria. Por su alta ergonomía es cómodo de llevar y se ajusta al cuerpo. Está compuesto por una base con agujero para el pene, la cual es fijada a la región púbica del cuerpo mediante un arnés. Esta base posee un recubrimiento acolchado sobre la superficie que entra en contacto con el pubis del usuario, a fin de amortiguar el contacto y el roce con la piel.
El recubrimiento es más protuberante, en forma de almohadilla redondeada, en la región central inferior de la base, la cual entra en contacto con las bolsas escrotales del usuario. A través del agujero de esta base se afirma una funda gracias a que cuenta con remate. Esta funda flexible de recolección se coloca alrededor del pene y está conectada a una bolsa más grande de acumulación en la cual descarga la orina.
La funda de recolección y la bolsa de acumulación están fabricadas en una sola pieza, pero separadas por con un estrechamiento, a través del cual se conectan. De este modo se permite el paso por gravedad de la orina desde la funda hasta la bolsa, pero se dificulta el flujo en sentido contrario. Cuando la bolsa de acumulación está próxima a llenarse el usuario la puede cambiar o simplemente abrir una pequeña válvula para verter su contenido.
Según explicó el inventor, Dr. Gabriel Ledezma, “actualmente estamos en la fase de comercializar el primer modelo plástico, para lo cual estamos negociando con tres empresas del país. “Todas se mostraron muy interesadas en este dispositivo innovador. Sin embargo las conversaciones se encuentran más avanzadas con Delfiplast de Costa Rica, quienes manifestaron interés en producir un prototipo del dispositivo que permita realizar pruebas en pacientes con incontinencia urinaria”.
Un estudio sugiere que consumir una cantidad moderada de chocolate cada semana puede estar relacionado con un menor riesgo de accidente cerebrovascular o ictus en los varones. El informe, que publica Neurology, asegura que los varones que toman chocolate de forma regular parecen tener un menor riesgo de ictus que los que no lo hacen.
Para realizar la investigación, los expertos siguieron la evolución de 37.000 hombres a lo largo de una década y descubrieron que aquellos que comían chocolate tenían un 17% menos de posibilidades de sufrir un accidente cerebrovascular frente a aquellos no consumían este alimento.
«El efecto beneficioso del consumo de chocolate frente a un accidente carebrovascular puede estar relacionado con los flavonoides, que parecen tener un efecto protector contra las enfermedades de este tipo», ha explicado la profesora Susanna Larsson, del Instituto sueco Karolinska.
Los flavonoides son compuestos que actúan como antioxidantes y tienen efectos positivos sobre la presión arterial, el colesterol y la función de los vasos sanguíneos, según han sugerido diversos estudios.
No obstante, Richard Libman, vicepresidente de neurología del Instituto de Neurociencia Cushing en Manhasset (Nueva York), ha advertido que «este tipo de noticias hay que tomárselas con calma».
Así, según Libman, la idea de que los flavonoides del chocolate tienen un efecto positivo sobre la salud es solo una teoría. Frente al chocolate, «hay una amplia gama de alimentos más saludables que también contienen flavonoides, como manzanas, col, brócoli, soja, té y frutos secos», ha matizado.
Durante su investigación, 1.995 hombres de los que formaban parte del estudio sufrieron un primer ictus en los 10 años de seguimiento. Para descubrir qué diferenciaba a estos caballeros de los que no habían padecido este problema, el equipo capitaneado por la doctora Larsson encontró que había una importante diferencia entre ellos.
«Descubrimos que tenían una ingesta de chocolate muy diferente. Entre aquellos que más lo consumían (63 gramos por semana, una media tableta de chocolate más o menos) tenían un 17% menos de probabilidades de sufrir un ictus respecto a aquellos que menos lo consumían», indica la doctora Larsson, que afirma, resumiendo: «La mayor ingesta de chocolate es inversamente proporcional a las posibilidades de sufrir un accidente cerebrovascular».
Pero para extrapolar estos resultados a una población mayor con problemas cerebrovasculares, los investigadores realizaron un metaanálisis de cinco estudios que englobaban 4.260 casos de ictus de ambos sexos.
«Y aquí los resultados respaldaron los del primer estudio, dando resultados parecidos tanto en hombres como en mujeres», indica. «El riesgo de accidentes cerebrovasculares para los individuos que más consumían chocolate fue un 19% menor en comparación al de que no lo tomaban. Por cada aumento de 50 gramos por semana, el riesgo de ictus disminuye un 14%», indica
Los autores del estudio han advertido también sobre los riesgos que conlleva consumir chocolate en exceso debido a que es un alimento con gran contenido en azúcares y grasas.
Una curiosidad del trabajo es que aunque el chocolate negro se ha asociado con los beneficios para la salud del corazón, el 90 por ciento de la ingesta de chocolate en Suecia, incluyendo el que se consumió durante este estudio, es chocolate con leche.
A las 7,32 horas de este lunes, el Mars Science Laboratory de la NASA, más conocido como Curiosity, ha aterrizado en Marte y ya ha enviado las tres primeras imágenes del Planeta Rojo, según ha informado la NASA.
Después de un viaje de 567 millones de kilómetros, el vehículo explorador ha amartizado con éxito y ha dado comienzo a una misión que durará dos años y que pretende buscar pruebas de vida.
La agencia espacial estadounidense NASA ha confirmado que el artefacto, de una tonelada de peso, ha realizado con éxito una compleja maniobra conocida como «los siete minutos de pánico», que es el tiempo que pasa desde su ingreso en la atmósfera marciana -donde ha entrado a una velocidad de 21.240 kilómetros por hora- hasta su aterrizaje en el cráter Gale.
Tal como se había planificado, la cápsula desplegó un gigantesco paracaídas cuando estaba a unos 11.000 metros de altura para frenar el descenso. A unos 20 metros del suelo, una grúa bajó el Curiosity, que desplegó sus seis patas de ruedas para posarse suavemente sobre la superficie de Marte.
Su objetivo es recorrer el interior del cráter Gale durante al menos un año marciano, 687 días, estudiando el clima y la meteorología marcianos, recoger datos para una hipotética futura misión tripulada, y ver si en el pasado Marte fue habitable.
Mientras aquí estamos preocupados por la prima de riesgo, en Kampala capital de Uganda ya hay un fallecido por el nuevo brote de Ebola.
En total, ya son dieciséis los decesos, víctimas de un virus capaz de acabar con el 90% de los infectados. Un virus que brote tras brote nos avisa de que puede convertirse en la peor guadaña de nuestra confiada sociedad.
El presidente ugandés Yoweri Museveni, advirtió a su población de que, en los próximos días, eviten los apretones de manos, el sexo esporádico y los entierros no profesionales ante la amenaza de que el virus se extienda hacia el este de la región.
La OMS advierte de la existencia de 36 nuevos posibles casos desde la aparición de este brote el 28 de Julio, en la región de Kibale, al oeste de Uganda.
Si ese virus se sube a un avión, la crisis os parecerá un problema fútil, ante lo que podría ser la peor epidemia, desde la peste que acabó con la mitad de la población europea en la edad media.
Si queréis saber mas y aterrorizaros de verdad, leeros Zona Caliente del escritor estadounidense Richard Preston. Y si no, también podéis leeros Apocalipsis de Stephen King. Al menos, el Armagedon no os cogerá desprevenidos. La película Estallido, con el Dustin Hoffman también esta bien. La pasan este sábado por la Sexta… para ambientar.
Daamian Denys, investigador de la Universidad de Ámsterdam (Holanda), se dedica a la estimulación cerebral profunda, una técnica que implanta electrodos en el interior del cerebro y que es tan efectiva en el tratamiento de trastornos psiquiátricos que no está exenta de dilemas neuroéticos.
¿En qué consiste la estimulación cerebral profunda?
En una técnica en la que implantamos un par de electrodos en el interior del cerebro y somos capaces de eliminar los síntomas de la depresión o el trastorno obsesivo–compulsivo en cuestión de minutos o días.
¿Minutos o días?
Así es. De momento solo se aplica a pacientes a los que nos les funcionan los tratamientos con fármacos convencionales y llevan muchísimos años enfermos.
¿Es una técnica novedosa?
Es un tratamiento seguro y efectivo que se utiliza en pacientes con trastornos del movimiento desde hace ya más de 20 años. A fecha de hoy ya se han beneficiado de sus efectos unos 85.000 enfermos de párkinson. En 2000 se empezó un ensayo experimental en pacientes con trastornos compulsivos y se observó un efecto impresionante. Ya llevamos unos 500 enfermos tratados en este tiempo.
Parece un número relativamente pequeño al lado de la cantidad de pacientes tratados con párkinson
Y más aún si tenemos en cuenta que los trastornos psiquiátricos afectan a mucha más gente que la enfermedad de Parkinson, hasta a un 5% de la población. Esta reticencia es normal y es debido a que el tratamiento de trastornos del movimiento no tiene ninguna connotación ética y en cambio la estimulación cerebral profunda en trastornos psiquiátricos sí.
¿Qué problemas éticos presenta?
El problema principal es su efectividad. Imagina que eres un padre de familia con mujer e hijos y que llevas deprimido y postrado en el sofá los últimos 30 años. Comienzas el tratamiento y de repente un buen día llegas a casa y eres activo, te interesa todo, sales y compras billetes a París para toda la familia porque quieres ver el Louvre. Los síntomas desaparecen y la gente realmente cambia mucho en muy poco tiempo. Para la familia, el trabajo y el ambiente en general este cambio es tan brutal que puede producir hasta una sensación de amenaza.
¿Cómo se puede solucionar este problema ético?
La neuroética no es algo que se pueda resolver, es una actitud, es como el sentido de la vida al que te enfrentas continuamente. Lo primero de todo es que el paciente sea consciente de los cambios personales que va a experimentar. Lo segundo es tomar buenas decisiones, y esto pasa por crear comités e informar correctamente a la familia. En realidad, con los fármacos funciona igual pero la aceptación es mayor porque el cambio es menos masivo.
¿Si esta técnica es tan efectiva contra la depresión, fármacos como el Prozac formarán pronto parte del pasado?
De momento no, porque solo la usamos como última opción. Esta técnica es muy invasiva y no sería ético tratar a una chica de 20 años con anorexia sin antes haber probado los tratamientos con fármacos convencionales. El dilema está en cuándo cambiar el criterio. ¿Cuánto tiempo se debe tratar alguien con Prozac sin obtener ninguna mejora antes de considerar la estimulación cerebral profunda? Es una pregunta difícil de responder.
¿Por qué es tan distinta la eficacia de esta técnica respecto a los fármacos?
Los resultados que obtenemos son tan increíbles que están cambiando el concepto que tenemos del cerebro y sus trastornos. En realidad el Prozac cambia la química cerebral en cuestión de minutos y hasta ahora pensábamos que los efectos tardaban tanto tiempo en aparecer porque en la depresión estaban implicados muchos otros mecanismos, por ejemplo, la síntesis de nuevos receptores neuronales.
¿Y no es así?
No lo sabemos aún. A priori parece normal que una enfermedad crónica conlleve una recuperación lenta, pero con esta técnica cambiamos el cerebro de una manera absolutamente directa y rapidísima. Asumimos que con la estimulación eléctrica atacamos a la parte más básica de la patología y que la dopamina y la serotonina, que hasta hoy creíamos que eran algo causal en la depresión mayor, en realidad pueden ser un efecto secundario de la enfermedad.
Siempre se habla del cerebro como una interacción compleja entre muchas redes y núcleos neuronales. ¿No es contradictorio que se implanten los electrodos en una zona concreta y su efecto sea tan global?
El cerebro es como un conjunto de autopistas que conecta muchas ciudades. Con la estimulación eléctrica a partir de los electrodos lo que hacemos es alterar el tráfico de una de las autopistas por lo que, en realidad, se cambia el de todas las ciudades.
¿Estos electrodos son visibles?
No. Están implantados en el interior del cerebro y no se ven. Normalmente se colocan dos, uno en el hemisferio derecho y otro en el izquierdo. Y se conectan por un cable que pasa por debajo la piel hasta unas baterías también debajo de la piel. A simple vista no ves nada. Yo podría ser implantado y no lo verías.
¿Y los electrodos se implantan en el mismo lugar del cerebro en todos los pacientes y todas las patologías?
Cada electrodo tiene cuatro puntos de contacto que se pueden activar de manera independiente, por lo que hay muchas posibilidades. Además, en función del trastorno y el paciente la zona del cerebro del implante puede cambiar. También es cierto que distintas enfermedades pueden originarse por un mismo circuito neuronal disfuncional. Aún estamos en fase de exploración.
¿Esta técnica cura?
La estimulación ha de ser continua y así el ánimo de la persona se mantiene perfectamente. Si se detiene, el paciente recae en la enfermedad.
¿Tiene efectos secundarios al margen de las consideraciones éticas?
Los propios relacionados con una cirugía: riesgo de infección y sangrado en un 1% de los casos, pero son mínimos. También se ha de ajustar bien la estimulación eléctrica. Si la intensidad es demasiado alta el paciente se puede volver impulsivo o agresivo, pero es cuestión de bajar el voltaje y los efectos desaparecen. Ningún paciente ha dejado el tratamiento por los efectos secundarios.
¿Cómo ve el futuro de esta técnica?
Es una gran oportunidad. La estimulación cerebral profunda no servirá solo para curar sino también para definir la base neurológica de los trastornos psiquiátricos. Además, en poco tiempo hemos pasado de una a diez compañías farmacéuticas que están desarrollando esta tecnología, por lo que los dispositivos mejorarán. Debemos hacer algo con la gran cantidad de población que padece trastornos psiquiátricos severos y esta técnica puede ser la solución.
PD. Desde elmonomudo.com nos preguntamos ahora, ¿que sentido tienen las terapias a las que se someten a todos los enfermos de depresion y de trastorno obsesivo–compulsivo? Es como ponerse a dar explicaciones a un enfermo de apendicitis sobre como se debe reducir la infección, abrirse el bajo vientre, operarse y extraerse el apendiz, suturar, etc. Si no se le opera en la realidad, el paciente morirá.
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Tanta tonteria de terapias psicológicas que han servido para dar de comer a un montón de gente que en el mejor de los casos, conseguian un bonito efecto PLACEBO. 😉
La capacidad del cerebro para aprender y adaptarse se puede estudiar a través de los videojuegos. Es lo que hace Daphne Bavelier, cuyos trabajos prueban que los jugadores de videojuegos de acción –y no de los sociales o de estrategia–, perciben los detalles importantes más rápidamente y toman decisiones más precisas. Ha presentado sus resultados en el octavo congreso de la Federación Europea de Sociedades de Neurociencia.
¿Los videojuegos de acción son ‘buenos’ o ‘malos’?
Los videojuegos entrenan muchas funciones del cerebro, como la capacidad de atención y la toma de decisiones rápidas y precisas. Las personas que juegan con ellos refuerzan, sin saberlo, muchas de sus habilidades cognitivas, sensoriales y espaciales.
¿Cómo puede un neurocientífico estudiar el cerebro con videojuegos?
El videojuego es una herramienta. Cuando somos pequeños tenemos una gran capacidad de aprendizaje que vamos perdiendo a medida que nos hacemos mayores. Mi equipo de investigación quiere entender cómo potenciar con ellos la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad de aprender y adaptarnos a los cambios en la edad adulta y hasta en la vejez.
¿Y qué pasa si se pierde plasticidad cerebral?
Hay muchas enfermedades neurológicas que están basadas en una pérdida de plasticidad cerebral, por ejemplo, el autismo. Sería un gran avance entender cómo la falta de plasticidad puede causar una patología, y cómo modular a través del entrenamiento los mecanismos y las moléculas implicadas.
¿Se utilizan videojuegos con finalidad terapéutica?
Se están empezando a utilizar en algunos hospitales para mejorar la recuperación del habla tras un infarto cerebral y también como herramienta para potenciar y amenizar el aprendizaje de los niños. Hay una escuela en Nueva York en la que los alumnos aprenden matemáticas y física diseñando ellos mismos videojuegos. Espero que en breve haya más.
¿Ya saben cómo los de acción influyen en la plasticidad?
Todavía no. Este es uno de nuestros principales objetivos, conocer los mecanismos moleculares mediante los que los videojuegos mejoran la capacidad de aprender. De esta manera podremos diseñar juegos específicos en función de las necesidades de cada persona.
¿Un videojuego para cada necesidad?
Es más complicado que eso porque cada persona tiene un patrón de juego distinto. Cada uno juega a su manera por lo que un mismo juego puede no ser útil para dos individuos con la misma necesidad. Por ejemplo, hemos visto que los niños con trastornos de déficit de atención no se benefician como el resto de los videojuegos de acción.
Algunos videojuegos de acción han generado mucha polémica por su agresividad. ¿Han observado si la violencia también cambia el cerebro?
Todavía no sabemos si el aumento de plasticidad cerebral es independiente de esta violencia. Es una pregunta muy importante que necesita una respuesta empírica. Ahora mismo estamos desarrollando videojuegos de acción que no sean violentos. Quizás la violencia promueve cambios en la química neuronal que son necesarios para la plasticidad, aún no lo sabemos.
¿Cómo empezó a investigar con videojuegos?
Por pura casualidad. Uno de mis estudiantes estaba desarrollando un test para estudiar el cerebro de personas sordas, que era a lo que me dedicaba hace años, y no le salían los resultados esperados, ni a él ni a sus compañeros. Cuando yo lo probé, sí que me dio exactamente lo esperado. Nos dimos cuenta que tanto él como sus colegas eran compañeros de videojuegos y que tenían el cerebro distinto al mío.
¿Cuál es su videojuego preferido?
La verdad es que a mí no me gustan los videojuegos, no les veo la gracia. Yo disfruto más estudiando a los jugadores.
Cerebros acostumbrados a los cambios frenéticos
“El mensaje que enviaría a los padres preocupados porque sus hijos pierden mucho tiempo con los videojuegos es que no son tan malos como pueden parecer –comenta Bavelier–. Mejoran el aprendizaje y la atención de sus hijos, aunque, evidentemente, nada es bueno en exceso“.
Los resultados de Bavelier muestran que las personas que juegan a videojuegos de acción aprenden “hasta el doble de rápido a hacer algunas tareas”. Esta mejora no se produce con otros videojuegos, como los de estrategia o los sociales.
Bavelier explica que nuestro cerebro funciona mediante ‘inferencia probabilística’: “Recoge información del entorno, la ordena y continuamente calcula la probabilidad de que ocurran futuros eventos”. Un ejemplo es la conducción, donde continuamente hemos de predecir la actitud de la persona de enfrente. “Los jugadores de videojuegos de acción están acostumbrados a un mundo que cambia rápidamente”, explica Bavelier, por lo que perciben antes los detalles importantes, filtran la información que no es relevante y toman decisiones más precisas.
Los ejemplares de una especie de gusano que han permanecido un tiempo en la Estación Espacial Internacional presentan menos toxinas que si se hubieran quedado en la Tierra. Al parecer en el espacio desactivan siete genes relacionados con la degeneración, según un estudio desarrollado por un equipo de científicos.
Cuando los astronautas regresan a la Tierra, tras haber estado sometidos a las condiciones de microgravedad y a la radiación del espacio, suelen volver muy débiles. Sin embargo un nuevo estudio, que publica la revista Nature Scientific Reports, muestra que un humilde nematodo se adapta mucho mejor que los humanos a los viajes espaciales.
El experimento comenzó cuando el astronauta de la ESA André Kuipers viajó por primera vez a la Estación Espacial Internacional (ISS) en el año 2004. Entonces llevó al espacio varios ejemplares del microscópico nematodo Caenorhabditis elegans.
Se eligió a esta especie en particular porque era la primera forma de vida pluricelular de la que se había logrado secuenciar toda su estructura genética. Un equipo internacional de científicos de los Estados Unidos, Japón, Francia y Canadá estaba interesado en estudiar cómo reaccionaba en las condiciones espaciales.
Tras regresar a la Tierra, los investigadores descubrieron que estos gusanos tenían menos proteínas tóxicas en sus músculos que si se hubiesen quedado en la Tierra.
Los científicos estaban intrigados y realizaron diversas pruebas hasta descubrir que siete de los genes del gusano habían permanecido prácticamente inactivos durante su estancia en órbita. El hecho de vivir en la ISS evitaba que ciertos genes funcionasen con normalidad.
Sorprendentemente, los gusanos parecían vivir mejor sin esos genes. Entonces, ¿qué pasaría si se desactivasen esos mismos genes en el laboratorio? Los investigadores descubrieron que los nematodos que nacían sin esos siete genes estaban más sanos y vivían más tiempo.
Nathaniel Szewczyk, uno de los científicos del proyecto, explica: “Los músculos se suelen encoger en el espacio. Los resultados de este estudio sugieren que se trata de un proceso de adaptación, en lugar de una simple respuesta involuntaria ante las condiciones del espacio”.
“Al contrario de lo que pensábamos, parece que los músculos envejecen mejor en el espacio que en la Tierra –continúa–. También podría ser que la estancia en el espacio ralentizase su proceso de envejecimiento”.
Los humanos compartimos aproximadamente el 55% de nuestra secuencia genética con C. elegans, por lo que el próximo paso sería estudiar cómo responden nuestros músculos a la vida en el espacio.
André regresó de su segunda misión a la ISS el pasado día 1 de julio, aterrizando en las estepas de Kazajstán. En esta misión llevó al espacio nuevos ejemplares del gusano para continuar con la investigación, pero esta vez también se estudió cómo se adaptaban sus propios músculos.
Antes de que comenzase la misión de André, se tomó una pequeña muestra de un músculo de la pierna del astronauta, que se guardó para su posterior análisis. Tras haber pasado seis meses en el espacio, los científicos están impacientes por estudiar cómo han reaccionado sus músculos durante su estancia en órbita.
Al contrario que los gusanos, André podrá descansar unas pocas semanas después de su agotador viaje al espacio antes de que los investigadores pongan sus músculos bajo el microscopio.