«En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento.
En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes de lectura directa son de muy buen gusto.
Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron para tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa extraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente quienes se sentían infelices.
De manera que persistió el problema; muchos eran humildes y la mayoría se consideraban miserables, incluso los que poseían relojes de lectura directa.
Cada vez eran más los que pensaban que, en primer lugar, habían cometido un gran error al bajar de los árboles. Y algunos afirmaban que lo de los árboles había sido una equivocación, y que nadie debería haber salido de los mares.
Y entonces, un jueves, casi dos mil años después de que clavaran a un hombre a un madero por decir que, para variar, sería estupendo ser bueno con los demás, una muchacha que se sentaba sola en un pequeño café de Rickmansworth comprendió de pronto lo que había ido mal durante todo el tiempo, y descubrió el medio por el que el mundo podría convertirse en un lugar tranquilo y feliz. Esta vez era cierto, daría resultado y no habría que clavar a nadie a ningún sitio.
Lamentablemente, sin embargo, antes de que pudiera llamar por teléfono para contárselo a alguien, ocurrió una catástrofe terrible y estúpida y la idea se perdió para siempre.
Esta no es la historia de la muchacha.
Sino la de aquella catástrofe terrible y estúpida, y la de algunas de sus consecuencias.
También es la historia de un libro, titulado Guía del autoestopista galáctico; no se trata de un libro terrestre, pues nunca se publicó en la Tierra y, hasta que ocurrió la terrible catástrofe, ningún terrestre lo vio ni oyó hablar de él.
No obstante, es un libro absolutamente notable.»
Asi comienza «La guia del autoestopista Galactico» de Douglas Adams. El primer libro que he transferido al kindle touch que me regalaron por haber sido un buen ciudadano y haber llegado a la oronda edad de cincuenta años.
Es uno de los libros que desde hace tiempo guardo en formato electronico desde que un avezado familiar me paso una colección de dos mil libros gratis (1,8gb), hará unos cuantos años ya. Habia probado a leerlos en una antigua pda en formato pdf pero se hacia duro.
Con el kindle ha sido facil. Me he bajado la aplicacion Calibre y he convertido el libro desde pdf a AZW3, el formato que admite el kindle. Lo he pasado por el usb y Voilá ya puedo leer las aventuras del autoestopista como nunca antes. La verdad es que tengo el libro fisico, pero espero meter ese y unos cuantos mas para leer en viajes y en cualquier situación.
Son dos mil libros, no me los acabaré. Tambien me he descargado gratis del amazon Moby Dick, Dracula, La Odisea y el Decamerón. Pero no estoy seguro de que esas ediciones digitales voluntarias sean de mi agrado.
Ahora debo buscar aquellos libros que me aportaron gratas horas de ocio de los que he olvidado nombre y autor, pero que sin embargo recuerdo tramas, personajes, etc.
Por ejemplo, aquella novela en que su protagonista es una doctora que investiga experiencias cercanas a la muerte. En la trama, los que se sometian al experimento, recordaban haber estado en el Titanic, la noche del naufragio.
Tenia un nombre relacionado con «almas» creo recordar pero no estoy seguro. ¿Alguna sugerencia? Tambien recuerdo con cariño y ganas de releerlo «El descenso» de Jeff Long. Gran libro de terror subterraneo. A ver si lo encuentro por ahi.