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En la guerra interminable, su autor, nos presenta la desgarrada y terrible experiencia de un soldado espacial, atrapado en una guerra que le separará de todo lo conocido incluida su propia vida.
Episodios de batallas ubicados en remotos sistemas solares a los que nuestro protagonista, habrá de llegar gracias a los saltos colapsares y que poco a poco, desubicaran su existencia con la de sus conocidos, familiares o amigos.
Aislados en continuos viaje por el espacio einsteniano, cada salto o batalla representa una lucha contra la estadística y el terror a una muerte que diezma a los soldados de esta guerra sin fin. Tarde o temprano, esta realidad se convierte en la única posible existencia para un guerrero que deja atrás cualquier esperanza de sobrevivir.
¿No os ha pasado que volvéis de algún viaje y vuestros conocidos os parecen afectados por algún virus que los aleja o convierte en algo desconocido para vosotros? ¿Os preguntáis si una suerte de pulso electromagnético cerebral, les ha afectado mutando sus líneas de pensamiento y convirtiéndoles en posibles adeptos a alguna secta desconocida con abyectos propósitos?
De eso habla esta novela, que te atrapa en una historia de la que difícilmente podrás escapar hasta que te la acabes. Del aislamiento del ser humano cuando vive una experiencia traumática tras otra, victima pasiva de una ruleta del destino que se lleva a sus compañeros y que nadie de los que se quedan atrás, su familia o compañeros civiles, puede comprender o compartir.
Su autor combatió en la guerra de Vietnam y lo que describe, es su particular exorcismo de una contienda que le dejó una terrible huella. Su homenaje y legado pacifista en forma de novela de ciencia ficción, ganó los premios Nébula y Hugo en 1975 y 1976 respectivamente. Sin duda un gran libro que podéis encontrar en cualquier parte por un módico precio.
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En un dia como el de ayer, con grandes luces que lo inundaban todo, se imponía usar la compensación de la exposición, y cerrar un poco para dar mas profundidad y relieve a las nubes. En este caso, creo que fueron -07. Saque unas cuantas fotos más dignas de mención en una búsqueda incesante del antiguo rompeolas que por fin, ayer dio sus frutos.
Desde la plaza de delante del World Trade Center, la de la escultura de aros y siguiendo una calle indicada hacia el rompeolas o nueva bocana o puente o algo asi, se llega a la nueva terminal de transatlánticos que ayer estaba llena a rebosar. De allí al antiguo rompeolas donde en los 80’s disteis rienda suelta a vuestros instintos es solo un paso. Si tengo tiempo, otro dia os pongo mas.
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En un domingo de Abril salimos a la calle con dos cámaras, la Olympus RC y la Ricoh GR. Visitamos la estación del Nord y la de Francia y pudimos ver la luz de un dia espectacular en todo su esplendor. A la vuelta, pasamos por la desconocida para mi, plaza de las ollas, donde descubrimos esta fachada espatarrante. Una locura de colores que te sumergían y te transportaban en una riada sicodélica. Para flipar.
La toma tres es mi nuevo fondo de escritorio. Me relaja en estos tiempos inciertos. La toma uno y dos, con el efecto diapositiva y la tres con el proceso cruzado. Todo gracias al bracketing de efectos de la Ricoh GR (todavía no he salido de esta configuración que me encanta).
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Hoy nos fuimos al Cotolengo del Padre Alegre en el Carmelo. Esta institución, cuenta con nuestras donaciones de ropa, desde tiempo inmemorial, tal vez era una tradición familiar. En cualquier caso, el tema se ha complicado cuando hemos comprobado que una gran valla nos cerraba el camino a la antes amable institución. Una persona con bata blanca, que nos recordaba al personal medico de la siempre apreciada novela del Cuco, nos salió al paso. Con un tono cansino, como dudando si paralizarnos con su hipnotico discurso para engrosar las huestes del Asilo, nos explica que no aceptan ropa en Domingos y festivos. Giramos y huimos. Parecia que hoy no tendríamos la oportunidad de ejercer nuestra caridad.
Ya la cosa apuntaba mal cuando enfilábamos las cuestas de la plaza Sanllehy…, Antes había arboles aquí. Ahora solo queda un muro circular, como si de un pequeño Chernobil tapiado de los ojos de los vecinos se tratara y creciera en medio de la indignación palpable. ¿Tal vez el arquitecto de la plaza Lesseps, se enseñorea con la parte alta de la ciudad y repite fechorías auspiciado por un Trias desbocado? El caso es que nadie sabe que se esta construyendo allí. Tal vez quieran ocultar alguna amenaza inminente, algún GodZilla particular que no quieran enseñar a los mansos turistas que por allí discurren a cientos, subiendo al concurrido parque Güell.
En cualquier caso, y deambulando por el barrio de los socavones de la calle Llobregos, hemos subido a su montaña, cual moiseses de ciudad para contemplar el panorama gris que nos cobija, amigable y canalla como pocas, nuestra querida Barcelona. Y allí, encontramos sotomonte, vegetación, arboles, arbustos y flores y acordándome de mi cámara decido probar el modo Macro. Mas allá de las vistas del horizonte catalán, contemplo la ginesta en su magnifico esplendor. Mirad y llorad.
Y si quereis ver mas fotos en color y un gran slideshow, no dudéis de darle al más…
(Anónimo)
Henri Cartier-Bresson