Si alguien se pregunta de donde viene mi devoción por las puertas, solo tiene que contemplar el post anterior donde se aprecian en toda su magnificiencia las tres puertas de entrada al templo de Hagia Sofia en Estambul. Todas las puertas que despues he fotografiado, son solo una aproximación, un reflejo, de la sensación que me produjeron estas puertas, cuando las contemplé por primera vez. Esa imagen anidó en mi subconsciente y siempre intenté encontrarlas de nuevo.
El templo de Hagia Sophia es soberbio. Su antiguedad nos lleva de golpe a un pasado lleno de matices y preciosos materiales empleados con una maestria que no he vuelto a ver en ninguna otra catedral europea. El sindrome de stendhal te atrapa y te deja sin aire cuando contemplas una obra humana que ha sobrevivido desde los albores de la civilización occidental. Solo contemplar este templo, en toda su magnificencia, ya se merece una visita a Estambul y mas ahora cuando han desmontado los andamios que durante años permitieron su restauración.
Santa Sofía, la Divina sabiduria’ o Hagia Sophia es la antigua catedral cristiana de Constantinopla (actualmente Estambul, en Turquía) , convertida en mezquita en 1453 y en museo en 1935.
Dedicada a la segunda persona de la Trinidad, es una de las obras más sublimes del arte bizantino. Fue construida del 532 al 537, durante el mandato de Justiniano I en Constantinopla, capital del Imperio bizantino (hoy Estambul, en Turquía).
Sus arquitectos, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, cubrieron el edificio, de planta casi cuadrada, con una cúpula central sobre pechinas. Ésta reposa sobre cuatro arcos, sostenidos a su vez por cuatro columnas. Dos semicúpulas hacen de contrafuerte de la cúpula central y los muros abiertos están asegurados por contrafuertes. Posee además unos bellos mosaicos bizantinos.
La construcción definitiva se llevó a cabo sobre la primitiva basílica de Constantino entre el 532 y el 537, durante el reinado de Justiniano, en el periodo conocido como «Primera Edad de Oro». Sus arquitectos realizaron un diseño sin antecedentes, tomando elementos conocidos (planta basilical y rotonda), pero que se unen en una estructura nueva.
Fue utilizada como iglesia cristiana durante casi mil años, desde su construcción hasta la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453. Allí se refugiaron los aterrorizados habitantes en el ataque a la ciudad. Los otomanos la convirtieron en mezquita, agregando posteriormente los cuatro minaretes que hoy presenta, así como los medallones decorativos interiores. En 1935 fue convertida en museo, función que desempeña hasta el día de hoy.
En palabras de Agatías, los diseñadores (Artemio de Tralles era matemático, Isidoro de Mileto arquitecto) trataron de «aplicar la geometría a la materia sólida». Justiniano, según su cronista oficial Procopio de Cesarea, al ver Santa Sofía terminada exclamó: «Salomón, te he vencido».
Su arquitectura es eminentemente espacial, aunque el efecto exterior ha sido significativamente modificado por los otomanos, que lo enriquecieron con minaretes, espolones y grandes contrafuertes. La idea del edificio fue el que la gran cúpula que se iba a construir se sostuviera merced a cuatro arcos reforzados, mediante contrafuertes y semicúpulas que desviaran los empujes. Los tímpanos de los cincos arcos principales reflejan cómo se llevó el cuerpo de San Marcos a la basílica.
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La planta es un rectángulo de 77 x 71 metros. La cúpula con forma de media naranja, de 56,6 metros de altura y 31,87 de diámetro, se apoya sin tambor en cuatro pechinas y está rodeada por cuarenta pequeños contrafuertes separados por otras tantas ventanas, dando la sensación según Procopio de estar «suspendida del cielo por una cadena de oro».
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Por fuera, la masa de la gran iglesia se eleva no sin cierta armonía, pero sin demasiada gracia. La cúpula imponía una centralización bastante ajena a las basílicas del pasado, pero gracias a las pechinas y la traslación de los esfuerzos a las naves laterales, así como un refinado uso de la luz, «no parece descansar en base sólida».
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