Retratos antiguos.

 

De forma casual, en los últimos tiempos han llegado a mis manos varios retratos antiguos, fotos, en sepia o blanco y negro deterioradas por el paso del tiempo, fotos de militares, escolares y familias.

Fotos que después de años olvidadas en una caja, al desaparecer sus propietarios abandonan el círculo familiar y salen a la luz para contento de los coleccionistas de objetos antiguos.

Son como túneles del tiempo que muestran, atrapados en papel, instantes fugaces de vidas pasadas.

Recomiendo clicar sobre la foto de los militares y observar con atención sus caras, en ellas vemos hambre, ignorancia, tristeza y mucho miedo. Algunos parecen saber que no volverán de la guerra.

Igualmente interesantes son las caras de los escolares, también algunos de ellos aparentan estar más dispuestos que otros a navegar con éxito por la vida.

 

Viejas series de Tv. La gata loca (Krazy Kat).

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Os copio un post de un blog de comics con una solera de catorce años de Venezuela, es un hermoso ejercicio forense en cualquier caso por su lenguaje y aspecto y nos sirve para retrotraernos a una de las mejores series de dibujos que tuvimos ocasión de ver allá por los 70’s.

«Su creador es el caricaturista George Herriman y su animación data desde 1916, la cual era en blanco y negro, en donde la secuencia era un poco oscura. Esta Trilogía comenzaba con la presentación de una corona de tres picos correspondiente cada uno, a un personaje tras el sonido de una campanada en la aparición de cada pico.krazy kat

Todo comenzó en 1910, cuando George Herriman (1880-1944) dibujó a una gata golpeada por un ladrillo que había lanzado un ratón para llenar el espacio en blanco de la historieta en la que por entonces trabajaba. Eso fue suficiente para que, además de magullada, la víctima quedara flechada por la perversa puntería de su panzón opresor.

El idilio continuó durante tres años hasta exigir su propia tira cómica: COCONINO. Se cimentó así uno de los romances más insólitos del mundo del cómic y la animación, dominado por el signo tanático del amor-odio, o, dicho a nuestro modo, del amor cholo.

El primer impacto del primer ladrillo en ese inmaculado cerebro felino fue el Bing-Bang, no sólo del árido y surrealista condado de COCO-NINO (supuestamente ubicado en Arizona) y sus excéntricos habitantes, sino también, y sobre todo, de un amor que representa la utopía misma del sadomasoquismo. Y es que, en realidad, La Gata Loca, traicionando el instinto aventurero de su especie, será de Ignacio hasta la muerte; y cómo no ha de serlo, si cada ataque la hace literalmente ver estrellas, quitándole en razón lo que gana en afecto.

Bondadosa hasta la santidad, la amorosa e inocente minina será siempre antídoto y ejemplo para contrarrestar las perfidias del malogrado roedor, ambicioso, egoísta, cínico, violento, revoltoso, corrupto, misógino y antisocial. En resumen, un antihéroe de verdad.

Ignacio es también en sus ataques, fiel y dedicado, y no deja de alimentar, con imbatible pericia, esa loca pasión. Como digno precursor de esa casta de duros sentimentales que presidiría mucho más tarde Bogart, él también era un romántico, y ahí están para probarlo todos los años que pasó sufriendo en la cárcel, el hostigamiento de un policía que le quería robar la chica y la incomprensión de su sociedad. Es decir, convirtiéndose en un paria, en un outsider, en un rebelde, sólo por defender un amor al que también, a su particular manera, estaba esclavizado. Un amor esencialmente trágico, que superó las eternas rivalidades entre ambas familias de mamíferos tal como lo hicieron, con más miel que hiel, los célebres amantes de Verona.

No sorprende entonces que, pese a no haber sido muy rentable, la saga de este triángulo amoroso haya tenido tantos adeptos, entre los que se cuentan no sólo el legendario William Randolph Hearst -quien la financiaba en uno de sus periódicos- , sino numerosos intelectuales y artistas, desde Picasso, Chaplin, Disney, Joycey Hemingway hasta fuguras más actuales como Tarantino o Michael Stipe, el líder de R.E.M., quien tiene a la pareja tatuada en un brazo.

Considerada como una de las obras maestras de la historieta, empezó a ser producida como dibujo animado a partir de 1916, y se llegaron a realizar muchas películas mudas tomándola como base. Obviamente, la versión que la mayoría conoce es más moderna*, pero mantiene básicamente los cambios con los que el mismo Herriman distinguió al cómic de la serie animada, suavizando principalmente la implícita crítica social, simplificando los diálogos, reduciendo la cantidad de personajes y, oh escándalo, anulando esa ambigüedad sexual que en la historieta tenía La Gata (y que posibilita la indeterminación del género de su nombre en inglés: KRAZY KAT). Una gata entonces definitivamente femenina, sin conflictos de identidad, abocada como siempre a su adorado ratón y al éxtasis de sus ladrillazos, protagonista eterna de una trama simple pero mágica, deliciosamente absurda, mártir de un amor sublimado, reprimido, pero peligrosamente latente en muchos subconscientes.»

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Qué raro, sigue vivo.

 

Cuenta Spielberg en Lincoln que aquel visionario tan pragmático logró en votación democrática algo tan justo e inaplazable como la abolición de la esclavitud gracias a la compra de votos, la manipulación, el engaño, el chantaje. Bendita sea su memoria, aunque recurriera a maniobras tan ilegales para prohibir una monstruosidad ancestral. Y que la ética emita sus juicios sobre los fines y los medios para lograrlos.

La reforma sanitaria que se ha propuesto Obama no tiene la suprema magnitud del tema de la esclavitud, pero ante la saña con la que se oponen a ella los de siempre (cuentan que la siniestra vocación folclorica del Tea Party ha llegado a ondear simbólicas banderas del ejército de la Confederación), dispuestos en plan kamikaze a bombardear el barco común con el riesgo de que se ahoguen todos juntos, ayuda a imaginar el espíritu, razones y sinrazones de aquella salvaje Guerra Civil. Y en el fondo, a los raciales patriotas que sufren un depredador ataque de nervios ante la posibilidad de que cambie el sagrado principio de que los pobres merecen la muerte si la siempre sabia enfermedad decide cebarse con ellos, la inaplazable iniciativa de Obama les debe de parecer un desafío comparable al que lanzó Lincoln a sus esclavistas antepasados. Y, además, este señor que se mueve como Henry Fonda, al que la ropa le quiere tanto como a Cary Grant, que habla, escucha mira y gesticula con el poder de atracción y convicción de las estrellas del gran cine de siempre, es un puto negro presidiendo el poder. Normal que les provoque úlceras. Pues eso, que les sigan sangrando.

Y seguro que el aparentemente modélico Obama y la jefatura del mundo que ocupa estarán llenos de sombras y de turbias metodologías, que los sagrados intereses de los dueños del gran tinglado seguirán a salvo con él, que le permitirán desviarse lo justo y no hacer lo que desee sino lo que permitan hacer, que los drones seguirán aniquilando no solo a los enemigos de Estados Unidos sino causando impunes daños colaterales, que espía con desvergüenza incluso a sus entrañables aliados, que la inyección letal, o el fusilamiento, o la cámara de gas, o la fritura en la silla eléctrica, mantiene su siniestra legalidad en ese país. A pesar de ello, este hombre sigue pareciendo un lujo dentro de la política. Es fácil creer en él.

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Autor: Carlos Boyero, publicado en El País el 19.10.2013.

Rita Hayworth baila Stayin’ Alive de Bee Gees.

 

Un fantástico montaje con fragmentos de los musicales clásicos de Hollywood, en el que podemos ver a Rita Hayworth, Fred Astaire, Gene Kelly, Frank Sinatra y muchos mas bailando al ritmo de la música de «Stayin’ Alive», la famosa canción disco de los Bee Gees compuesta para la banda sonora de la película Saturday Night Fever.

El Museo Guggenheim de Bilbao tiene la piel de Titanio.

 

La busqueda de un material que protegiese la estructura y que le confiriese esa propiedad orgánica, fué la historia de un gran acierto. Frank Gehry hizo su trabajo y tras descartar otros materiales, se decantó por cubrir el museo con 33.000 placas de titanio, conjuntadas a modo de escamas de un reptil primigenio que vino a descansar a la ria del Nervión, en un paraje renacido en Bilbao.

Si os acercais y lo tocais, el titanio se adivina calido y vibrante, ligero y con un hálito de vida interior que os acompañará y os mecerá, eterno. Si habeis tenido o teneis un reloj de este metal, sabreis a que me refiero. Tan ligero y templado como una caricia y tan duro como el mejor acero, cubre las formas primordiales del museo con su presencia, vistiendolo de una piel que os atrae y os evoca una forma ancestral de incomparable belleza.

Decir que este Museo ha cambiado Bilbao, es decir poco. Desde su apertura en 1997, el museo ha recibido mas de un millón de visitantes anuales y los enormes beneficios y los impactos en la economía y la sociedad vasca son incontables. En forma de impulso al turismo en la región, favoreciendo la revitalización de espacios públicos y privados en la ciudad, además de mejorando su imagen y posición en el mapa mundial como destino de viaje.

Recuerdo una ciudad gris y triste en los ochenta, donde no habia espacio para la luz ni para la esperanza. Hoy el ambiente es tan diferente, que no puedes dejar de admirar la transformación de la villa, en cada rincón, plaza o taberna. Una ciudad para convivir y disfrutar de sus terrazas y paseos al aire libre. De sus parques y avenidas, de sus mercados y plazuelas.

El titanio es una metáfora de la dureza y longevidad de esta ciudad vital que ha decidido libremente metamorfosearse en algo nuevo, mas allá del terror y de la violencia en un gesto, en una proyección del espiritu. En un canto al mejor arte contemporaneo de nuestros tiempos.

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Ya nunca pensamos y así nos va.

Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3 y le entra por los oídos, el que viaja en metro aprovecha el trayecto para hablar por teléfono o para responder un e-mail, y cualquier momento libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo, hay tiempo para oír una sola canción, que se vende en iTunes por separado; el disco entero nos roba el tiempo que podríamos aprovechar consumiendo otra cosa.

Lo mismo pasa con el cine, comprometerse durante dos horas eternas con una película parece excesivo, si se tienen las series de televisión que vienen dosificadas en cómodas cápsulas de 45 minutos, cápsulas asépticas como las de la máquina de Nespresso, que nos ahorran el tiempo que nos tomaría el lidiar con la cafetera manual, y el esfuerzo de enfrentarnos con la monserga del café molido. Y con los periódicos empieza a suceder lo mismo, ya no se lee el periódico, se leen dos o tres noticias extirpadas del corpus, troceadas en links, y para los libros cada vez hay más plataformas que ofrecen textos breves, que puedan leerse en la pantalla del teléfono en un trayecto de autobús. Todo el tiempo que se ahorra en no oír discos completos, ni ver películas largas, ni leer libros gruesos, ¿en qué se aplica?: en consumir más fragmentos: una partida de Angry Birds, una noticia extirpada del periódico, un paseo por el timeline de Twitter, etcétera.

Este nuevo mundo vertiginoso, este ir y venir permanentemente de un fragmento a otro, es el único que conocen los niños contemporáneos, que viven en tránsito del iPad a la Playstation y cuando logran escapar de ese bucle, sus padres, convencidos de que la hiperactividad del siglo XXI es una cosa positiva, y aterrorizados ante la posibilidad de que su hijo se aburra, lo llevan a un cursillo de karate, de tenis, a clases de natación, de inglés o chino, a cualquier actividad que impida que el niño esté sin hacer nada.

La hiperactividad de nuestro siglo es tan potente que ya el significado de la palabra ocio, que quería decir estar sin hacer nada, hoy significa tirarse en canoa por los rápidos de un río, ir a África de safari fotográfico, recorrer 10 kilómetros con la técnica del senderismo o ver, de una sentada, una temporada completa de Breaking Bad. Frente a este panorama de vértigo, ¿en dónde queda Montaigne, ese señor sentado en una silla, sin hacer nada más que reflexionar?

Tanta hiperactividad debería ser contrapesada con periodos de inactividad, de silencio, de concentración en una sola idea; porque de esos periodos de calma, de aburrimiento incluso, salen las grandes obras, detrás de cada poema, de cada sinfonía o novela, de cada lienzo, hay una persona que ha pasado largos periodos sin hacer nada. Lo mínimo que va a quedarnos de esta era proclive a los fragmentos, llena de niños sobre estimulados, que no tienen espacios para la reflexión y el silencio, es un mundo sin artistas.

 

Autor: Jordi Soler.

Extracto de: El pensamiento vagabundo. Publicado en El País.