Anoche, el mundo contempló una de las obras más bellas jamás vistas, cercana a la perfección, un cuadro en movimiento, arte, sí, teatro del bueno, dedicado a Mourinho y a cuantos intentan ensuciar su nombre y hoy no les queda más que agachar la cabeza y seguir rumiando maldades. Anoche, el Manchester se puso de rodillas y asumió la sentencia sin u mal gesto, con la dignidad que otros no tienen, como un campeón que acepta la derrota con una honrosa resignación. El Manchester sucumbió a un hermoso baile, paciente, elegante, sublime, acompañado siempre por la música de miles de culés que sentían que no iban a fallarles. Se lo prometieron, les dieron su palabra, les debían una, dijeron, y ahí la tienen.
Xavi inmenso, Messi genial, Pedro y Villa decidieron de nuevo.
Guardiola algún día se irá. Y está ese día mucho más cercano en el tiempo de lo que se pueda imaginar. Algún día Pep Guardiola tomará asiento en la sala de prensa de la Ciutat Esportiva, su casa real, o del Camp Nou, el estadio de su vida, y escribirá el legado de su marcha. En silencio y con discreción, como ya hizo hace 10 años cuando se reunió, en secreto, con Joan Gaspart, entonces presidente de un Barça mísero que no ganaba nada, para comunicarle que sus días como jugador culé habían expirado. Ni 12 horas habían transcurrido cuando Guardiola, que citó a sus amigos con un SMS sorprendente, sin darles pistas, pregonó lo que solo él sabía.
«Llegué con 13 años, ahora tengo 30 y soy padre de familia. Mi carrera se me escurre entre los dedos y quiero acabarla en el extranjero conociendo nuevos países, nuevas culturas y nuevas Ligas». Ese fue el mensaje final del Guardiola jugador, que exploró, precisamente, esas nuevas culturas (Italia, México y Qatar) antes de volver hace ahora cuatro años al Camp Nou. Perdón, al Miniestadi, para dirigir al filial, desoyendo consejos de amigos y hasta de familiares.
Empapado de esas nuevas culturas, el Guardiola que era «ya entrenador en el campo», como lo definió el venerable Carlo Carletto Mazzone, su técnico y guía en el Brescia italiano, aterrizó para hacer campeón al Barça B, el prólogo de una época inolvidable. Cada Liga, y suma ya las cuatro que ha disputado (una en Tercera División y tres en Primera), ha sido suya. Con Víctor Vázquez como referencia en el filial o con Xavi, Iniesta y Messi. Da igual. Cuando llegó fue mirado con desdén. En casa, «mira el becario», «¿qué pretende Laporta con ese novato?, «¡claro, lo ha puesto Cruyff!», fueron los principales reproches, y fuera. «Es el López Caro del Barça», se le oyó decir a Florentino Pérez en Madrid.
Entre la indiferencia y el desprecio nacieron los primeros días del guardiolismo, 2.0. Si alguien le pregunta por sus peores momentos al autor de la más maravillosa obra futbolística que se recuerda en la edad moderna, tiene la respuesta al instante. «Aquellas dos semanas después de perder en Soria», repite en público y en privado.
El Barça de Guardiola inició su senda -31 de agosto del 2008- con una derrota en el campo del Numancia (1-0, gol de Mario). Parece que ha pasado una vida. Pero él nunca olvida que de un tropiezo levantó un Barça que se ha instalado definitivamente en la eternidad. De una derrota halló el camino para transformar un equipo en pleno proceso autodestructivo en una prodigiosa máquina. Tuvo que echar a Ronaldinho, Deco y, un año más tarde de lo previsto, a Etoo. Se equivocó con Ibra y tardó solo una temporada en darse cuenta. Hace un tiempo, cuando estudiaba para ser entrenador en Madrid, encerrado entre aulas y libros, poco antes de la final de París del 2006, Guardiola habló para este diario: «Cruyff construyó la Capilla Sixtina y Rijkaard la restauró». ¿Y él qué es? Con ustedes, el Miguel Ángel del siglo XXI.